II
Mario
“decir más que esto/en realidad
no quiero/visto
el duro olvido general/las pérdidas de guerra/el
escándalo de la belleza incesante
no quiero/visto
el duro olvido general/las pérdidas de guerra/el
escándalo de la belleza incesante
Juan Gelman
Un lento respirar me fuerza a detenerme en las últimas cuadras. Abro
ampliamente los pulmones. Lento y profundo, como me dijo el doctor Suárez:
—Mario,
entiendo por lo que usted está pasando pero no se extralimite, su corazón está
estabilizado con el by pass, pero los nervios…cuídese.
Los pies apoyados apenas sobre
una fracción de cemento que me rechaza como si yo estuviese de más en este lugar y mi cabeza fuese una caverna,
donde las palabras me rebotan en ecos de
un llamado visceral. Inés, ¿dónde estás,
Inés?
No puedo dejar de pensar en la última imagen que mis
ojos se llevaron de ella, cuando ayer
dejamos la casa, para viajar con Marta hacia aquí: la foto de Inés. Inés
envuelta en la túnica blanca que le hizo su madre. Si me parece estar viendo a
mi mujer sobre la máquina de coser haciendo como siempre dos vestidos iguales.
Uno para cada una, pero al final sólo Inés se lo puso. Para Andrea era una bolsa Así dijo: Una bolsa
informe. Se encerró en la habitación para salir justo a las siete, hora en que vino a buscarla Jorge para ir a
la fiesta de graduación en el Club Independencia.
-—Chicas, —les dije, —lleven la
Polaroid y tómense una foto juntas. Pero Andrea no quiso perpetuar ese momento.
No estaba conforme con el vestido que había elegido, ni del peinado que se le había arruinado con la
humedad y que se yo cuantas otras excusas puso
para no salir en la toma.
¡Qué lástima¡ ¡Como me hubiese gustado tener
una fotografía de las dos juntas! Hacía mucho tiempo que no lo hacían. Antes,
de chiquitas, había que retarlas. Siempre del brazo, enredadas en una continúa trenza de dedos. Al mirarles las manos no se
podían diferenciar cual pertenecía a cual. No se despegaban. Si hasta en la
escuela las maestras nos recomendaban:
-—Hay que separarlas un poco. No
es bueno que estén tan unidas. Después van a sufrir ¡y cómo sufrieron Dios!,
¡cómo sufrieron!
Recuerdo ese día en detalle. Sé
que para Inés fue muy importante, se había animado a presentarnos a Juan, su
novio. Me gustó el pibe, a Marta también. Además era bueno que no estuvieran
solas en Buenos Aires. Matilde era muy tímida y un hombre para acompañarlas nos
pareció que sería una buena idea. Los tres se habían anotado en la Facultad de
Abogacía y pensaban alquilar un departamento para compartir los gastos.
Jorge y la melliza se les
sumaron y así los cuatro, despidiéndose,
se fueron en el Gordini. Le presté el auto con ganas,
el novio de Andrea manejaba muy bien y era muy responsable, así que nos
quedamos tranquilos. Contentos por ellas. Las dos con novio. ¡Como pasaba el tiempo!, ¡no lo podíamos creer! Me parecía
que había sido ayer cuando les hacía caballito una en cada pierna.
El calor estremece cada poro de
mi cuerpo. Se me hace interminable la larga vereda de Avenida del Libertador
—Falta
poco, sólo dos cuadras—mi mujer trataba de animarme
—
¿Qué pregunto Marta? ¿Cómo lo hago?
—Así
de simple—me contestó con esa fortaleza que me parecía abrumadora— ¿Tienen a Inés Domínguez detenida aquí? ó ¿Está Inés
Domínguez aquí? —agregó
—No
se si voy a poder, Marta.
-—Eso
lo veremos cuando estemos frente a ellos. Vos no te preocupés.
Cierro los ojos. Abro los brazos
intentando abrazarla desde la transparencia.
Quiero convertirme en pájaro. Ser
viento, o apenas un grano de tierra
desaforado. Rodando, volando hasta llegar a ella aunque sea sólo para rozarla y
sentir su presencia.
La tela de mi camisa parece que
va a estallar como una vela desgarrada
por la tormenta. Aprieto los ojos y me
dejo llevar por el brazo de Marta que me arrastra como un
barco varado en el medio de una meseta.
La figura de Inés se construye
en mi cabeza mientras la tela gime y gime.
-—Mario,
¿qué te pasa? No te vayas a descomponer ahora, ya llegamos.
—
¡No! No mujer ¡dejate de joder! Estoy bien.
Miro hacia arriba. El cielo se
ve más intenso que la tierra. Vibra de
colores hasta enrojecerse en un fuego profundo y cambiante. Sanguíneo y
gigantesco, parecido a la angustia que quiere tragarme.
—
¡Tiene que estar viva, Marta!, Tiene que estarlo, sino me muero.
—Tantas
discusiones vanas al final de la cena e Inés callada. Sólo escuchando y
haciendo dibujitos con lo que quedaba en el plato que siempre era mucho porque
casi no comía nada cuando discutíamos—Recordó mi mujer.
Lo que mucha gente del pueblo no sabe es como se sucedieron los
hechos que forman las piezas de este
macabro rompecabezas. Mi hija estaba en contra de esta forma de gobierno
que se encargó de hacerla desaparecer. Yo trataba de convencerla de lo
contrario, diciéndole que eran cosas de jóvenes. Que no se metiera en nada…que
tenía miedo por ella, ahora que se iba a la ciudad. Miedo tengo ahora de no
encontrarla.
Después de lo Inés, sin profesar sus ideas me uní a algunos sindicatos y organizaciones, sólo por tratar
de recuperarla, porque me dijeron que
ellos estaban trabajando en las búsquedas, pero nada de eso dio frutos.
La habían secuestrado y en el fondo de
mi ser temía no volver a encontrarla. Sin embargo esa rabia me dio más fuerza para buscarla. Yo
sólo soy un simple empleado del único banco que hay en Andecito. Un laburante
que vivía sólo para mi familia. Levándosela nos destruyeron. Esos hijos de puta
me arrancaron un pedazo de mi carne.
¡Inés!, ¡Mi princesa! ¿Dónde
estás?
—
¿Dónde estará Marta? Vos viste cuantas veces traté de convencerla para que
dejara la Facultad y se volviera al pueblo que es más seguro.
—Culpándote
no ganamos nada Mario
—Inés,
le dije esa noche ¿te acordás? Cuidate. Mirá que esos tipos no se “andan con
chiquitas”. Tené cuidado hija. ¿Por qué no hacés como Andrea? Piensa casarse con Jorge. ¿Por qué no te
volvés al pueblo? Todos estaríamos más tranquilos.
—Mario.
Dejá de recriminarte. Te va a hacer mal. Ya te dijo el doctor. —Mario no la
escuchaba.
—Mirá
que son lindas ustedes, — les dije.
—
Sí, me acuerdo. —Contestó Marta sonándose la nariz— Yo te respondí: dejala
Mario que ya es grande y sabe lo que hace ¿Entonces lo que le pasó es culpa mía por permitirle que se
fuera? No, Mario. La culpa no es nuestra. Es de estos desgraciados que nos
arruinaron la vida al llevársela.
-—Papá,
me rebatió ella, —Mario repetía las palabras de su hija— Sabés. No soy como
Andrea. No quiero quedarme aquí en Andesito. Quiero progresar. Ser abogada. Es
mi oportunidad, papá. Además ya estás al
tanto de que estoy de novia con Juan. No, no me mirés con esa cara si ya te lo
presenté. ¡Lo quiero papi!
Comprendeme—Había suplicado Inés.
—Esas
fueron las últimas palabras que le escuché decir, Marta. Luego sobrevino el
silencio y la pérdida. Se llevaron a nuestra hija, Marta. Fueron ellos. Lo sé.
Esos hijos de puta la secuestraron y
vaya a saber dónde la tienen.
—Calmate
Mario. Calmate y caminá, que seguro algo
nos van a contestar.
Sin
embargo ese día chocaron contra un muro de hierro. Impenetrable y burlón. Se
les rieron en la cara con la soberbia de
los imbéciles.
Tiempo
después nos enteramos por una llamada anónima, que Inés había estado en la
ESMA. Que había dado a luz una nena antes morir. Teníamos una nieta ¿Pero dónde
estaba? Nosotros habíamos estado
allí, sólo a unos metros de dónde ella
se encontraba y no pudimos poder hacer nada, ni siquiera tocarla. La impotencia
nos desgarraba. No podíamos dejar de pensar que mientras nos echaban quizás la hubieran estado
atormentando Allí empezó el verdadero
martirio para la familia.
Nosotros, digo nosotros, porque
mi mujer me acompañó abandonándolo todo, aún a Andrea que era tan jovencita.
Comenzamos un largo peregrinar y golpear puertas que nunca se abrieron. Como
familia de desaparecidos buscamos también asesoramiento jurídico para ver si los encontrábamos. Descubrimos que eso también era peligroso. Buscarlos era
peligroso. ¿No era una locura que estuviera sucediéndonos esto? Para mí, meses
antes, si bien temía por lo que se comentaba que sucedería en el país, me era
impensable que nos atravesara una cruz
como esta. No lo podía creer, ni asimilar. Ni seguir viviendo. Respirando sin
la presencia de Inés, temía no volver a estrecharla nunca más entre mis brazos.
Andrea me preocupa. La siento
distante, como si la desaparición de su hermana no le importara. Pensar que
eran tan unidas, pero cuando Inés decidió irse de Andecito, ese lazo pareció
haberse quebrado. No la entiendo, ¿si se acercara un poco a su madre?
Ella la necesita, aunque no lo pida. La conozco. A Marta le vendría bien
que su otra hija la apoyase, pero Andrea se mantiene callada, sólo le habla al
nene a veces. Está muy deprimida y se encierra casi todo el día en el
dormitorio de soltera.. No veo que las cosas con Jorge estén muy bien, aunque él la atiende y es muy
trabajador. Realmente es un buen padre, se encarga del nene para todo, porque Andrea parece estar en otra cosa. Sin
embargo, no sé definirlo, los
envuelve una frialdad que parece
inmovilizarlos.
Con nosotros no se muestran comunicativos. Yo
siento como si estuviesen enojados. Nosotros también estamos enojados ¡Que va!
y con mucha bronca. No con ellos, sino con los otros. Con esos malditos que nos
arrebataron nuestras vidas. Nuestros proyectos, Nuestras esperanzas.
Creo que es mejor darles tiempo
a estos chicos. No asfixiarlos. Tienen un nene chiquito y sus trabajos, que se
yo. Ya se verá ¿Quién te dice? Quizás ellos mismos nos ofrezcan su ayuda para
buscar a la nena de Inés, ahora que está confirmado que nació, que existe.
Tenemos que encontrarla, sería como
rescatar a mi hija de las garras de la desmemoria, del olvido. Y yo enfermo
encima, sin poder ayudar como quisiera a
Marta.
—Pasame el diario. Quiero leer un rato,
— murmuré, mientras me acomodaba en la cama del hospital.
Es terrible para mí no poder
estar en la calle buscando como Marta. Para colmo, se nos tilda de terroristas
¡Pero qué terroristas! Si nosotros sólo queremos a nuestros hijos. A nuestra Inés. A nuestra gemela.
Sin saberlo cuando revelamos la
desaparición de Inés, sólo llevados por el impulso de justicia, nos convertimos en parte del pequeño porcentaje que hizo las
denuncias ante la CONADEP. Estábamos seguros que nuestra hija no se había ido al exterior cómo decían o con
ningún noviecito. Si mi hija ni tenía pasaporte.
Y la llamada… esa comunicación
oscura que nos desgarró el alma y a la vez nos llenó de esperanzas.
--No la busquen más, la tiraron
desde un avión. Había dado a luz una
nena antes de morir. —de inmediato colgó.
¿Qué relación tenía esa persona
con Inés? Nunca lo supimos. Sin embargo agradecimos a Dios que se hubiera
animado a llamarnos.
Era difícil hacerse a la idea
que nuestra hija no pertenecía más a este mar de sollozos que nos inundaba. Era
inaceptable para nosotros que hubiera muerto en uno de los campos de tormento
prolongado y sistemático.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
“La tiraron de un avión” No
entendía eso ¿Cómo se tira gente de un avión? Parecía no haber respuestas ante
ese increíble sacrificio ¿Pero quién? ¿Quienes? ¿Por qué? ¿Por qué a Inés?
¿Tanto mal había hecho para que mereciera una muerte semejante? Con el tiempo
esos interrogantes se fueron contestando para adquirir tamaño de tragedia. Era
cierto. Nuestra Inés había sido arrojada en uno de los tantos vuelos de la
muerte. Fue una más entre las quince o
treinta personas que una vez por semana
se lanzaban sobre el río de La Plata. Al Dique San Roque y otros ojos de agua,
saturados antes de altas dosis de anestesia. Arrojados como desechos peligrosos. No podíamos
concebir que Inés fuera una de ellas. De ser así, nunca la encontraríamos. No
nos resignábamos a que no sólo estuviera muerta, torturada, sino que
además nunca tendríamos un cuerpo. Un
cuerpo para enterrar.
Después. Siempre después, nos
enteramos que por cada detenido, los
azules desgraciados utilizaban alrededor de diez personas para secuestrar a cada uno de
nuestros hijos. La cifra horrorizaba, pero era real, concreta, aunque nos
resultara incomprensible. Era inimaginable que unos seres iguales a nosotros en
carne y especie hubieran participado en tales horrores.
Inés ya no existía. Debíamos
luchar por recuperar a nuestra nieta, estuviese donde y con quién. Eso era lo
único que nos movilizaba.
Andrea nunca se repuso después
de la noticia de la muerte de su hermana. Seguimos creyendo que con el
crecimiento y las monerías de Lucas cambiaría su estado de ánimo, pero eso no
sucedió. El nene es idéntico a su madre
y a su tía. Una bendición y un calvario que se dibuja desde esa carita que nos
trae la viva imagen de las mellizas
cuando eran unas bebés. Creo saber que es eso lo que la aleja de su hijo.
Marta comenzó a actuar con un
grupo de madres a pesar de saber que serían severamente reprimidas. Es más,
creo que eso le dio a mi mujer un nuevo impulso. Actúa como un volcán en erupción reclamando
justicia.
Oídos sordos hacemos a todas
esas palabras y amenazas y continuamos
con las averiguaciones que sólo se
detienen por mi infarto. Mi cuerpo pide
a gritos un poco de paz. Pero eso es
imposible, debemos de seguir la búsqueda. Se lo debemos a Inés y a su hija. Nuestra nieta,
porque nunca dudamos que la beba esté
viva. Ellos son muy inteligentes y sacarán provecho del nacimiento. De
eso estamos seguros.
Pero a pesar del empeño que pusimos no conseguimos nada y mi estado físico empezó a deteriorarse cada vez más. Es Marta
la que anda de aquí para allá buscando, preguntando, rogando. Sí rogando porque
no hubo ni un Obispo al que no visitara para implorar ayuda. Pero la Iglesia se
mantiene callada. Increíblemente con su
silencio apoya al Gobierno militar.
¿Dónde está Dios y su piedad? me pregunto. Seguro que lejos de los hombres que
lo representan en este momento.
Hace casi seis meses que estoy aquí, en el
Hospital de Clínicas. En Andecito no
podían atenderme, Mi situación de salud
se complicaba cada día. Por eso, el año pasado, alrededor de mediados del 78, en pleno Mundial de Futbol me internaron.
Cosa rara el futbol, parecía que a la gente sólo le importaban los goles. Diez
países europeos nos visitaron. Cuatro americanos, Irán y Túnez. El Papa
desde Roma envió su bendición. Esto sí les interesaba. Los desaparecidos no
eran parte de sus sagrados mecanismos.
No
podía creer lo que veía por la tele: al son de la marcha militar, el
general de la Junta Militar condecoraba al presidente de la FIFA durante la ceremonia
de inauguración en el estadio Monumental de Buenos Aires. Parecía un mal sueño del que no podía despertar
A unos pasos de la cancha funcionaba a
pleno un campo de detención. El centro
de tormento y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada. Allí, en el
mismo lugar donde torturaron y mantuvieron detenida a nuestra Inés. Allí donde
nacía en cautiverio mi nieta. Allí, donde nos habían despedido a Marta y a mí
de un portazo y una negativa.
Los
únicos que tuvieron huevos para expresar sus sentimientos a la hora de recibir
los trofeos fueron los jugadores holandeses. Ellos se negaron a saludar a los
jefes de la dictadura.
Me
acuerdo que grité asustando a las enfermeras
—
¡Arriba Holanda¡¡ y gracias. Gracias en nombre de mi hija, de mi nieta, de
Juan. Gracias, en nombre de todos los
que no pueden hacerlo, carajo.
Marta me observa. Ya no me reta.
Me deja hacer. Si bien me cuida, no
puede hacerlo tanto como quisiera, las
reuniones le llevan mucho tiempo. Además como se ayudan tanto unas a otras,
siempre hay alguien que necesita
dedicación especial o asesoramiento. Mi mujer nunca se niega. Asegura que
ayudando, siente que de alguna manera se acerca a la verdad.
En eso estoy de acuerdo.
Eso sí, se pasa las noches
sentada en una silla incómoda a mi lado. Duerme con la cabeza apoyada en mi
cama. Luego, por la mañana parte, con la ropa arrugada que aplaca con los
dedos, como si su mano fuese una
plancha. Vuelve a la nochecita y trata de reanimarme comentándome algo que
seguro ya sé.
—Mario,
querido. Te traigo noticias: una chica que estuvo en cautiverio con Inés me
confirmó que es cierto lo que nos dijeron por teléfono. Tuvo una nena, Mario. Se la llevaron de la ESMA a los
dos días de vida. Nació bien y dicen que
tiene la carita igualita a la de Inés. Debe tener un año, más o menos, como Lucas. ¡Mirá si la encontramos Mario!
¡Sería y milagro!
Me
hago el disimulado, como poniéndome contento. No quiero que Marta se de cuenta ni de mi desánimo ni
de mi estado. Estoy convencido que serán muy pocas las posibilidades de
encontrarla. Lo se. Presiento que nunca
más volveré a ver el cuerpo de Inés ni a mi nieta. Pero ella seguirá buscando.
En cada pista. En cada hilo de una historia que se irá desflecando con el
tiempo.
Supe que no sobreviviría a la cacería de toda una generación. Al dolor
de perder a Inés, que sabía secuestrada, torturada y asesinada Me di cuenta que
ahí residía una las claves que idearon
esos hijos de puta: quebrar las mentes y los cuerpos. Conmigo lo habían
conseguido Yo era una víctima más y encima una víctima enferma, moribunda, que
no tenía las fuerzas suficientes para enfrentarlos. Porque como individuo y
como padre me encontraba paralizado y eso me torturaba tanto como ellos lo
habían hecho con Inés
Podría llorar de pena. De una
tristeza antigua. Carnal y trascendente. Podría reír de euforia, de una euforia
última que entra por mis ojos para extenderse en mi organismo hasta el más
lejano rincón de su universo de venas.
Tan pequeño y enorme. Tan infinito y mortal.
Cierro mis ojos y trato de
imaginar a Inés y a su hija. Las veo desdibujadas entre otros cuerpos que no tienen
formas ni contornos. Me siento pájaro, cielo. El sol arde en mi piel ahora que ella es viento, porque mi princesa, mii Inés se ha convertido en mi
aliento. En el aliento del mundo.
Hoy mi mujer, vino con Andrea y el nene No trajeron noticias. Ni buenas ni malas.
Nada, Pero nada es todo y todo es el fin
Ya no camino y hablar me cuesta
cada vez más. Me colocaron una inyección y ahora los veo a todos como si pertenecieran al
elenco de una obra en construcción. Mis párpados se hacen pesados y me dejo llevar
profundo sólo acompañado por la mirada azul de mi nieto.
El sol declina hacia el oeste.
Grandes nubes cambian de colores. Blancas, rojas, violáceas, otras se vuelven
suavemente azules. El cielo es más intenso que la tierra, vibra de colores
hasta enrojecerse con un fuego profundo y cambiante para extenderse
sobre el horizonte. El viento acompaña con profundos suspiros al
crepúsculo.
—
¡Algo le pasa a tu padre Andrea!
—
¡Enfermera! ¡Enfermera!