Paloma del Sur
Capítulo 1
Andrea
“como un martillo la
realidad/bate
las telitas del alma o corazón/forja en
caliente o frío/no presume/reseca
ilusiones podridas/piensa”…
las telitas del alma o corazón/forja en
caliente o frío/no presume/reseca
ilusiones podridas/piensa”…
Juan Gelman
C
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uántas veces dobló y desdobló ese viejo papel amarillo escrito con letra
adolescente que ahora no se animaba a leer?¿Cuantas? Había perdido la cuenta.
Esperó a que su madre se fuera a la casa de la
tía Olga para hacer la limpieza de la
casa. Andrea se había dispuesto a
arreglar el dormitorio. Una vez lo hacía ella. Otra Inés. Pero eso ya no iba a
suceder. Ahora sería la única ocupante
de la habitación
—Demasiado grande para mí, pensó,
mientras un nudo se enlazaba en su garganta. La extrañaría, nunca se habían
separado y ahora Inés…
La curiosidad se mezcló con ese código de honor que
habían acordado desde chicas: respetar la privacidad, pero ganó la primera.
Desdobló con cuidado la hoja, como si en ese acto, casi detenido en el tiempo,
Inés no se enterara nunca de que ella la había encontrado.
La volvió a doblar. Pliegue a pliegue. Después de reponer las
fundas la colocó tal cual la había localizado. Un pálpito de incertidumbre
invadió sus sentidos, pero sus impresiones ni se acercaban a la tragedia que
estaba por violentar sus vidas.
Cuando Inés decidió irse a vivir a la ciudad para
estudiar abogacía, Andrea le pidió que
la llevara. Su hermana no quiso. Ese viaje era su viaje. Cuando volviera,
hablarían.
Una historia que no se convirtió en pasado sino que
se mantendría en un infinito presente. Así que como siempre, ordenó la casa sin
ayuda. Guardó la ropa que Inés había dejado desparramada al preparar la valija y limpió el cuarto
No podía dejar de pensar en la nota que había descubierto.
"Si me voy
es para que nadie cargue con mis ideas"
"Para que nadie cargue con mis ideas
" Andrea quedó suspendida en esas palabras ¿Qué había querido significar
Inés con eso?
Haber leído ese mensaje era un poco traicionar a su hermana.
Traicionar su silencio. El deseo de que
ese silencio salvase su memoria., Sin embargo la nota seguía allí, después de
tantos años. Ahora resguardada entre
libros que jamás hojearía. Ella estaba sin Inés, Sun su mitad. Le era imperioso
saber qué le había sucedido a su
hermana.
"Nadie
tiene que saber porqué me voy, no quiero decírselo a nadie” “yo un
día voy a volver y voy a decirles lo que sé pero ahora no”. “Ahora mejor que
nadie sufra".
En el mensaje
huellas de lágrimas habían
desdibujado la tinta azul que se aclaraba con los años. Era difícil entender que la Inés de la carta no decía la
verdad. Esa verdad que Andrea necesitaba tanto como temía. ¿Debía esperar el
regreso de su hermana? Ahora que estaba tan cerca de saber, ¿debía negarse a
hacerlo?
Se sentó junto a la cama de Inés. Siempre había sido
así, una al lado de la otra. Inseparables, hasta ahora. Tomó la nota con las
dos manos
—No quiero que vuelvas más por acá. ¡Te odio1, —¡ gritó con bronca y
humillación
Inés no iba a volver. Jamás.
Andrea se veía ahí, sobre la cama maldiciendo a su
hermana por haberla abandonado y la culpa se le volvió negra como negra fue la
última noche en que Inés estuvo en la casa
No pudo dejar de recordarla trepando la loma para ir a la estación. Los
pinos azules cortaban el cielo y no sabía si los pinos eran la noche o la
oscuridad ya estaba en ellos.
Los árboles añiles se hicieron más tenebrosos con la
noche. Andrea sintió frío y volvió a su cama.
Sus padres hacían la sobremesa en el living. Tranquilos,
orgullosos de que una de sus hijas fuera a estudiar a Buenos Aires.
— ¡Abogada!, —le escuchó decir
a su padre. —Inés va ser abogada Marta,
¿no te parece un sueño?
Sintió envidia por esos sentimientos paternales. Ella
no se consideraba ni fuerte para
abandonar Andecito, ni tan inteligente
como Inés. No era verdad, Se subestimaba. Además estaba Jorge, se habían comprometido
y él había insistido en que se casaran
Haría eso. Casarse con Jorge, a él también le gustaba el pueblo para formar una
familia.
Miró la foto que descansaba sobre la mesa de luz,
idéntica a la que su madre había
colocado sobre la pared de la escalera:
Inés, en el día del estudiante. Sólo Inés.
Y ahora ella, Andrea, su melliza, estirada, con las
manos cruzadas sobre la panza, pegadas, aplastadas, amortajadas. No le
molestaban.
Estaba tan cómoda en esa posición de ángulo llano que
se sobresaltó. ¿Cómo se sostendría en la
eternidad de las horas sin tiempo y sin Inés? No podía mover el cuerpo. Sin
embargo los ojos viajaban estudiando el lugar. De norte a sur. De este a oeste.
Estirándolos hasta que dolía.
Miles de insectos parecían caminarle sobre las
piernas y los brazos, aún así no estaba asustada. ¿Sentiría Inés esa misma
sensación? ¿O sólo era un deseo de igualdad lo que la impulsaba a pensarlo?
Cerró un ojo y continuó la exploración de la superficie del techo , hasta
suspenderse en la punta de su nariz. Era larga su nariz y terminaba en una
punta redondeada,, como la de Inés. Podía ver el lunar que se sostenía sobre el
borde. Sólo ella había nacido con ese lunar. Era una de las pocas cosas que las diferenciaban.
Una ligera claridad parecía llegar desde afuera
¿había un afuera sin Inés?
Ruidos secos la
taladraban Le hablaban en un idioma desconocido. El sonido era continuo.
Podía sentir como se filtraba en el laberinto de su oído y llegaba a la cabeza.
Ahí, se bifurcaba en cientos de hilos eléctricos que parecían llegar hasta el
límite de los huesos del cráneo.
Las piernas rectas. Todo su cuerpo apoyado al piso
duro y frío no la incomodaban, ni los brazos en cruz. Sin embargo pegaba con
fuerza la lengua al paladar, para tratar
de detener la nausea. Luchaba contra los borbotones de saliva que le inundaban
la boca, más de la que podía tragar.
¿Cómo viviría la eternidad con esa sensación de
pérdida? ¿Estaría con ella para siempre
su hermana? ¿Cómo cuando eran niñas y se mimetizaban en una sola?
Enfocó su mente en lo último que se acordaba. Deseó
el chocolate que estaba dentro de su cartera. Nunca había deseado tanto un
chocolate. Ahora, que estaba lejano e inalcanzable lo anhelaba. Le dolió saber
que estaba imposibilitada de acceder al afuera. Afuera estaban los otros. Los
que se llevaron a Inés ¿Pero quienes eran? ¿Se estaban acaso burlando de ella o
de Inés?
El ruido volvía cada vez con más ímpetu. No podía
medir el tiempo más que por los intervalos del ruido. El silencio, los
silencios, la abrazaban en ese bienestar atemporal. Pero el silencio tenía un sonido. Sí, como si
en el fondo hubiera un pájaro cantando suspendido del último árbol azul que
había visto al irse a su hermana ¿o era un grillo? No pudo precisarlo porque
volvió el ruido. Lo intentaría en el otro silencio.
Imaginó el chocolate. Cuadrado. Pequeño. Amargo e
inalcanzable como el cuerpo de Inés. Sintió agua en la boca pero esta vez no lo
provocaba la nausea sino el deseo ¿del chocolate o el afuera donde podía buscar
a su hermana? Deseaba a ambos por igual. El ruido traía risas. Risas irónicas
que se le trepaban a las venas. A los músculos. A la piel, ¿por qué se burlaban de ella desde afuera? ¿o
era adentro? ¿Pero adentro no estaba Inés? ¿O era ella la que se reía? Aunque no, sus labios estaban quietos. Apretados.
Luchaban contra la nausea. ¿Se iría la
nausea o duraría toda la eternidad? ¿O era Inés?
Abría los ojos por momentos, sin estudiar los
intervalos, sin que fueran ensayados. Ahora el ojo se había detenido en un
tornillo. ¿Un tornillo ahí?
Inhaló profundo. Ahora sabía como controlar la
nausea. Ahora, justo ahora que había movimientos afuera. Sintió que el piso se
movía ¿pero quien le estaba jugando una broma?
No quería abrir los ojos. Ya basta de movimientos
circulares con ellos. Pero tuvo que hacerlo. El adentro se iba convirtiendo sin
pausa en el afuera. Alguien gritaba un nombre en otra habitación. Se revolvió
en la cama. Todo le pareció tan real que dolía...
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