domingo, 25 de mayo de 2014

Primera novela por entregas



Paloma del Sur

Capítulo 1


                             Andrea

                                                             





“como un martillo la realidad/bate
                                                                                    las telitas del alma o corazón/forja en
                                                                                    caliente o frío/no presume/reseca
                                                                                    ilusiones podridas/piensa”…
Juan Gelman





C
uántas veces dobló y desdobló ese viejo papel amarillo escrito con letra adolescente que ahora no se animaba a leer?¿Cuantas? Había perdido la cuenta.


Esperó a que su madre se fuera a la casa de la tía  Olga para hacer la limpieza de la casa.  Andrea se había dispuesto a arreglar el dormitorio. Una vez lo hacía ella. Otra Inés. Pero eso ya no iba a suceder. Ahora sería la única ocupante  de la habitación
 —Demasiado grande para mí, pensó, mientras un nudo se enlazaba en su garganta. La extrañaría, nunca se habían separado y ahora Inés…
La curiosidad se mezcló con ese código de honor que habían acordado desde chicas: respetar la privacidad, pero ganó la primera. Desdobló con cuidado la hoja, como si en ese acto, casi detenido en el tiempo, Inés no se enterara nunca de que ella la había encontrado.
La volvió a doblar.  Pliegue a pliegue. Después de reponer las fundas la colocó tal cual la había localizado. Un pálpito de incertidumbre invadió sus sentidos, pero sus impresiones ni se acercaban a la tragedia que estaba por violentar sus vidas.



Cuando Inés decidió irse a vivir a la ciudad para estudiar abogacía, Andrea  le pidió que la llevara. Su hermana no quiso. Ese viaje era su viaje. Cuando volviera, hablarían.
Una historia que no se convirtió en pasado sino que se mantendría en un infinito presente. Así que como siempre, ordenó la casa sin ayuda. Guardó la ropa que Inés había dejado desparramada al preparar  la valija y limpió el cuarto
No podía dejar de pensar en la nota que había  descubierto.
"Si me voy es para que nadie cargue con mis ideas"
 "Para que nadie cargue con mis ideas " Andrea quedó suspendida en esas palabras ¿Qué había querido significar Inés con eso?
Haber leído  ese mensaje era un poco traicionar a su hermana. Traicionar su silencio. El  deseo de que ese silencio salvase su memoria., Sin embargo la nota seguía allí, después de tantos años. Ahora  resguardada entre libros que jamás hojearía. Ella estaba sin Inés, Sun su mitad. Le era imperioso  saber qué le había sucedido a su hermana.
"Nadie tiene que saber porqué me voy, no quiero decírselo a nadie”  “yo un día voy a volver y voy a decirles lo que sé pero ahora no”. “Ahora mejor que nadie sufra".
En el mensaje  huellas de  lágrimas habían desdibujado la tinta azul que se aclaraba  con los años. Era difícil  entender que la Inés de la carta no decía la verdad. Esa verdad que Andrea necesitaba tanto como temía. ¿Debía esperar el regreso de su hermana? Ahora que estaba tan cerca de saber, ¿debía negarse a hacerlo?
Se sentó junto a la cama de Inés. Siempre había sido así, una al lado de la otra. Inseparables, hasta ahora. Tomó la nota con las dos manos
            —No quiero que vuelvas más por acá. ¡Te odio1, —¡ gritó con bronca y humillación
Inés no iba a volver. Jamás.







Andrea se veía ahí, sobre la cama maldiciendo a su hermana por haberla abandonado y la culpa se le volvió negra como negra fue la última noche en que Inés estuvo en la casa
No pudo dejar de recordarla  trepando la loma para ir a la estación. Los pinos azules cortaban el cielo y no sabía si los pinos eran la noche o la oscuridad ya estaba en ellos.
Los árboles añiles se hicieron más tenebrosos con la noche. Andrea sintió frío y volvió a su cama.
Sus padres hacían la sobremesa en el living. Tranquilos, orgullosos de que una de sus hijas fuera a estudiar a Buenos Aires.
            — ¡Abogada!,  —le escuchó decir a su padre. —Inés va ser abogada Marta, ¿no te parece un sueño?
Sintió envidia por esos sentimientos paternales. Ella no se consideraba ni fuerte  para abandonar  Andecito, ni tan inteligente como Inés. No era verdad, Se subestimaba. Además estaba Jorge, se habían comprometido y él  había insistido en que se casaran Haría eso. Casarse con Jorge, a él también le gustaba el pueblo para formar una familia.
Miró la foto que descansaba sobre la mesa de luz, idéntica a la que  su madre había colocado sobre la pared de  la escalera: Inés, en el día del estudiante. Sólo Inés.
Y ahora ella, Andrea, su melliza, estirada, con las manos cruzadas sobre la panza, pegadas, aplastadas, amortajadas. No le molestaban.
Estaba tan cómoda en esa posición de ángulo llano que se sobresaltó. ¿Cómo se sostendría en  la eternidad de las horas sin tiempo y sin Inés? No podía mover el cuerpo. Sin embargo los ojos viajaban estudiando el lugar. De norte a sur. De este a oeste. Estirándolos hasta que dolía.
Miles de insectos parecían caminarle sobre las piernas y los brazos, aún así no estaba asustada. ¿Sentiría Inés esa misma sensación? ¿O sólo era un deseo de igualdad lo que la impulsaba a pensarlo? Cerró un ojo y continuó la exploración de la superficie del techo , hasta suspenderse en la punta de su nariz. Era larga su nariz y terminaba en una punta redondeada,, como la de Inés. Podía ver el lunar que se sostenía sobre el borde. Sólo ella había nacido con ese lunar. Era una de las pocas cosas  que las diferenciaban.
Una ligera claridad parecía llegar desde afuera ¿había un afuera sin Inés?
Ruidos secos la  taladraban Le hablaban en un idioma desconocido. El sonido era continuo. Podía sentir como se filtraba en el laberinto de su oído y llegaba a la cabeza. Ahí, se bifurcaba en cientos de hilos eléctricos que parecían llegar hasta el límite de los huesos del cráneo.
Las piernas rectas. Todo su cuerpo apoyado al piso duro y frío no la incomodaban, ni los brazos en cruz. Sin embargo pegaba con fuerza  la lengua al paladar, para tratar de detener la nausea. Luchaba contra los borbotones de saliva que le inundaban la boca, más de la que podía tragar.
¿Cómo viviría la eternidad con esa sensación de pérdida?  ¿Estaría con ella para siempre su hermana? ¿Cómo cuando eran niñas y se mimetizaban en una sola?
Enfocó su mente en lo último que se acordaba. Deseó el chocolate que estaba dentro de su cartera. Nunca había deseado tanto un chocolate. Ahora, que estaba lejano e inalcanzable lo anhelaba. Le dolió saber que estaba imposibilitada de acceder al afuera. Afuera estaban los otros. Los que se llevaron a Inés ¿Pero quienes eran? ¿Se estaban acaso burlando de ella o de Inés?
El ruido volvía cada vez con más ímpetu. No podía medir el tiempo más que por los intervalos del ruido. El silencio, los silencios, la abrazaban en ese bienestar atemporal.  Pero el silencio tenía un sonido. Sí, como si en el fondo hubiera un pájaro cantando suspendido del último árbol azul que había visto al irse a su hermana ¿o era un grillo? No pudo precisarlo porque volvió el ruido. Lo intentaría en el otro silencio.
Imaginó el chocolate. Cuadrado. Pequeño. Amargo e inalcanzable como el cuerpo de Inés. Sintió agua en la boca pero esta vez no lo provocaba la nausea sino el deseo ¿del chocolate o el afuera donde podía buscar a su hermana? Deseaba a ambos por igual. El ruido traía risas. Risas irónicas que se le trepaban a las venas. A los músculos. A la piel,  ¿por qué se burlaban de ella desde afuera? ¿o era adentro? ¿Pero adentro no estaba Inés? ¿O era ella la que se reía?  Aunque no, sus labios estaban quietos. Apretados. Luchaban  contra la nausea. ¿Se iría la nausea o duraría toda la eternidad? ¿O era Inés?
Abría los ojos por momentos, sin estudiar los intervalos, sin que fueran ensayados. Ahora el ojo se había detenido en un tornillo. ¿Un tornillo ahí?
Inhaló profundo. Ahora sabía como controlar la nausea. Ahora, justo ahora que había movimientos afuera. Sintió que el piso se movía ¿pero quien le estaba jugando una broma?

No quería abrir los ojos. Ya basta de movimientos circulares con ellos. Pero tuvo que hacerlo. El adentro se iba convirtiendo sin pausa en el afuera. Alguien gritaba un nombre en otra habitación. Se revolvió en la cama. Todo le pareció tan real que dolía...


No hay comentarios:

Publicar un comentario